SOLARES (Mini-escapada)

Por fin me han “sacao”. Poco rato, pero me han “sacao”. A Solares, en Cantabria, aquí al lado, pero menos da una piedra.

M se olvidó el Kindle en casa. Bueno, en realidad se lo quedó Dragón, que se lo distrajo mientras M metía las gafas de leer en el bolso. Dragón se le está subiendo a la chepa. M se dio cuenta ya en la autopista y Lady M se negó a dar la vuelta, así que M estuvo dando la barrila hasta que le compré una revista. Voy a tener que tener unas palabritas con Dragón, me va a oír.

Cuando llegamos a Solares nos instalamos en el balneario. El Castilla Termal Balneario de Solares es un caserón con encanto, habitaciones grandes, piscina exterior, piscina termal, tratamientos varios (que no probamos porque 24 horas dan para lo que dan) y restaurante.

Castilla Termal Balneario de Solares

Luego nos fuimos a comer a Casa Enrique, que nos costó un poco encontrarla, pero porque se pusieron a mirar el móvil tarde mal y nunca, lo miraron mal y terminaron recurriendo a un clásico: preguntar en una gasolinera. El paseo cuesta arriba, cuesta abajo mereció la pena: croquetas, carrillera, pimientos rellenos y de postre: “Tupinamba”. (En lugar de en Cantabria parecía que estábamos en el Caribe, “mi amol”). M me dice que estoy siendo muy malo, que la humana que nos atendió fue muy amable y nos dio ideas para la próxima vez que vengamos. Mis humanas querían la tarta de queso, que tenía una pintaza… Pero claro, voló y ya no les tocó a ellas. La próxima vez, que miren mejor el mapa.

A unos 800 metros cuesta arriba está el Parque Mitológico de Mina Pepita, que empezó siendo una mina de hierro y terminó siendo un parque con trasgos, musgosos y trentis. A ver, grande-grande no es, pero tiene su encanto, aunque la humanezna se embarre las botas y casi se manche la gabardina.

Ah, sí, que no os lo había dicho, nos trajimos una humanezna puesta, A, y debe de ser por eso por lo que no me bajaron ni a la piscina termal ni a la cena. Lo de la piscina termal, vale, que no tengo yo mucho complejo de garbanzo necesitado de remojo y los humanos normales en bañador no son tan estéticos como ellos se piensan. Además, tengo una sensibilidad muy sofisticada y no me apetece contemplar las escenas que describían estas al volver. Abrirse de piernas delante de la cara de tu pareja es muy sexy, no digo yo que no, ¿pero delante del resto de humanos que andan de chorro en chorro? Debe de ser el vino que sirven durante el remojado, que les quita las inhibiciones.

Allí al fondo se desinhiben los humanos.

¿Y a la cena por qué no me bajaron, eh? ¿Por qué? Que si no llevaban bolso. Ya, a la humanezna sí, pero al oso no. A viene una vez con ellas y la llevan a todas partes, yo llevo años, ¡años! viajando con ellas y me dejan en la habitación. ¡GRRR! Luego me contaron que el restaurante sirve unas croquetas muy ricas. (Si viajas con A, las croquetas fluyen). Lady M fue incapaz de terminarse la hamburguesa, M y A sí que se acabaron su arroz y sus tallarines. De postre, torrija (sigue la búsqueda de la torrija perfecta). A M no le entusiasmó, Lady M y A la disfrutaron más.

¡A la rica croqueta!

La noche transcurrió sin incidentes reseñables, salvo la constatación de que las almohadas detestan a los huéspedes. Menos mal que ahí estaban los cojines para rescatar a mis humanas.

A, la humanezna, me bajó al desayuno, luego se desentendió de mí y menos mal que M accedió a subirme. (Todos estos humaneznos son iguales, unos inconstantes). Al menos pude ver el bufé, que está muy bien, con sus cosas dulces, saladas, quesos, embutidos, tortilla, fruta, yogur, platos calientes hechos al momento, zumos… ¿He mencionado la tortilla? Vamos, bufé de los buenos. Solo le falta una cosa, que alguien explique cómo funciona la máquina de café. Los humanos espabilados (y solidarios) tienen que ayudar a los menos espabilados.

Un rato después y con viento en popa a toda vela (lo que da un poco de canguelis cuando vas en el bravo corcel de Lady M, que es bravo pero pequeño), llegamos a Santander.

Íbamos a ver la Magdalena, que tiene pingüinos, focas y leones marinos. Casi todos los bichos se dejaron ver, menos los pingüinos, que estaban en plan divos y dijeron que no salían salvo en las horas especificadas en su contrato. Igual era por si el viento les hacía perder su grácil paso.

Al palacio tampoco entramos, así que yo me pregunto: Estas tres se dieron un paseo importante (porque el bravo corcel hubo que aparcarlo como a media hora), ¿y no vemos los pingüinos ni entramos en el palacio? Vale, aceptaré paseo junto al mar como aprovechamiento del tiempo. Los galeones y la balsa tampoco estuvieron mal.

Pero lo mejor es que al volver pude chinchar a Dragón:

– ¡Yo vi los escenarios de “Lo que la Marea Esconde” y tú no! – Ji ji ji ji

¡Ah! ¡Feliz Navidad!

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